"LOS MISTERIOS" DE GOETHE (1785)
El paragón que hace el poeta
de aquellas rocosas alturas por donde camina el hermano Marcos con el
“ideal Montserrat” debe atribuirse a una descripción que A. von
Humbolt hiciera de esa montaña (en las inmediaciones de Barcelona), y
que en 1800 enviará a su amigo. Pero también ya en los primeros
tiempos de Weimar se encuentran en los escritos de Goethe ideas
análogas de un lugar de retiro en relación con su tendencia a
retraerse temporalmente del mundo:
FRAGMENTO DE LOS
MISTERIOS
¡Extraño canto
el que aquí se os depara; oídlo con gusto y llamad a todos para que
acudan! Por montes y valles cruza el camino; aquí encuéntrase cohibida
la mirada, allí vuelve a explayarse libremente, y si poquito a poco va
el sendero escurriéndose hacia los breñales, no penséis que se trate
de ningún error; que a vuelta de muchos rodeos llegaremos más
fácilmente a la meta a la hora justa.
Mas que ninguno
piense que, por más que se devane los sesos, logrará descifrar el
canto íntegro; cierto que muchos serán los que de aquí saquen gran
provecho, que muchas flores nos brinda la madre Tierra; de ellas hay
quien se aparta con ceño adusto y también quien se recrea mirándolas
con jovial semblante; allá cada cual que goce a su modo; que para
diversidad de caminantes mana la fuente.
Rendido de larga
jornada que, acuciado de noble impulso, emprendiera, apoyado en su
báculo, según piadosa usanza de romeros, llegó el hermano Marcos en
busca de algún yantar y refrigerio, a la caída de la tarde, a un ameno
valle, muy ilusionado con la idea de que en aquellos boscosos terrenos
podría encontrar hospitalario techo bajo el cual pasar la noche.
Al pie de la
abrupta montaña, que ahora se erguía ante él, creyó distinguir
vestigios de un camino que serpenteando se extendía; siguiólo y tuvo
que encaramarse a las rocas y darles la vuelta; no tardó en verse
levantado muy por encima del valle, volvió a brillar para él
amigablemente el bello sol, y a poco, con íntima fruición, divisó, dos
pasos más arriba, la cumbre del monte.
Y allá también
el sol, que, ponentino ya, fulgente brilla aún, por entre opacas
nubes; hace acopio de fuerza al viandante par remontar las alturas,
donde espera hallar pronto el galardón a sus desvelos. “Ahora –dícese
a sí mismo- veré si vive por estos contornos algún ser humano”.
Remonta la cuesta, aguza el oído y siéntese como nuevo; un vibrar de
campanas en los aires resuena.
Y luego que del
todo remontó la cumbre, mira y divisa una hondonada, levemente
abrupta, allí mismo, a su pies. Brillan de júbilo sus plácidos ojos,
pues en la linde del bosque, en medio de verde prado, descubre de
pronto un hermoso edificio, en el que precisamente va a posarse ahora
el postrer reflejo del sol; corre ligero allá, cruzando aquellos
campos, húmedos de rocío, rumbo al monasterio que ante sus ojos
brilla.
Ya casi llega al
plácido lugar, que le hinche el alma de paz y de esperanza, y sobre el
dintel en arco de la cerrada puerta divisa una misteriosa imagen.
Quédase parado, recapacita, murmura quedas palabras de devoción, que
del fondo del corazón le brotan, y permanece extático, pensativo,
tratando de adivinar el sentido de aquel símbolo. ¡Pónese el sol del
todo y enmudecen los bronces!
Contempla el
religioso aquel emblema, de fastuosa traza, que al mundo todo brinda
esperanza y consuelo, al que miles de almas están agradecidas, y miles
de corazones fervorosamente imploran, que la amarga muerte el poder
aniquila y en tantos triunfales estandartes flamea; refrigerante
bálsamo viértesele por los cansados miembros, mira a la cruz y baja
los ojos.
Siente de nuevo
la salvación que de aquel signo emana, siente la fe de medio mundo;
mas un sentimiento enteramente nuevo impregna su alma, al ver ahora
aquel sagrado emblema ante sus ojos, pues he aquí que la cruz
muéstrase entretejida densamente con rosas. ¿Quién habrá maridado la
cruz con esas rosas? Y diz que aquella florida guirnalda plégase para
ceñir bien por todos lados y envolver en blandura el escueto leño.
Y leves
nubecillas argénteas, celestiales, ciérnense, pugnando por elevarse
con cruz y rosas a lo alto, y de su centro mana una sagrada vida de
tres rayos de luz que de un solo punto arrancan; leyenda alguna orla
aquel signo, que prestar pudiera sentido y claridad a tal arcano. En
la penumbra vespertina, que cunde más y más, sigue parao el religioso,
y medita y se siente edificada el alma.
Llama,
finalmente, a la puerta cuando ya las altas estrellas dejan caer sobre
él sus fulgentes miradas. Abrese la puerta y acógenlo de buen grado,
con los brazos abiertos, con las manos apercibidas. Dice el hermano
Marcos quién es, de dónde viene, desde qué lejanía envíanle los
mandatos de sus superiores. Escúchanle y se asombran. Igual que
honraron primero al desconocido como a huésped, honran ahora al
emisario.
Apíñanse todos
en su derredor, ávidos de escuchar y poseídos de secreto poder; nadie
se atreve a distraer ni con el aliento al raro peregrino, pues cada
una de sus palabras halla eco en sus corazones. Lo que aquel huésped
narra hace el efecto de esa honda lección de sabiduría que mana de los
labios de un niño; por su franqueza, por la inocencia de sus gestos,
dijérase que es un hombre de otro mundo.
“Bien
venido-exclama al fin un anciano-, bien venido seas, ya que nos traes
un mensaje de consuelo y esperanza. Ya nos puedes ver; agobiados
estamos todos, por más que tu presencia conmueva nuestras almas; que
la más galana dicha está, ¡ay!, a punto de dejarnos, y temor e
inquietud nos encogen los pechos. En hora crítica, ¡oh forastero!,
ábrense para ti nuestros muros, para que también con nosotros
endeches…
…Porque, ¡ay!,
el hombre que aquí todo lo mantenía unido, que para nosotros era
padre, amigo y guía, todo en una pieza; el que prendía luz y ánimo en
la vida, de aquí a poco habrá de abandonarnos, según él mismo nos
anunció no ha mucho, aunque no quiso revelarnos ni en qué modo ni en
qué hora; de suerte que su indudable partida se nos aparece misteriosa
y henchida de dolor amargo…
…Aquí nos ves a
todos ya con el pelo cano, según la Naturaleza nos invita al reposo;
no admitimos entre nosotros a quien, joven de años, pretende sustraer
su corazón harto pronto al mundo. Solo después que hubimos adquirido
experiencia de los placeres y sinsabores del siglo, cuando ya el
viento dejó de henchir nuestro velamen, fuenos permitido fondear
honrosamente en este puerto, seguros de haber arribado al de nuestra
salvación…
… La vida de
Dios anida en el pecho del hombre noble que hasta aquí nos guiara; su
compañero fui a lo largo del sendero de la vida y a fondo conozco los
antiguos tiempos; las horas de soledad, que estos días se aperciben,
nos están indicando su inminente pérdida. ¿Qué es el hombre ni por qué
ha de dar su vida en balde y no por otra mejor?
… Este sería
ahora mi único anhelo: ¿Por qué he de aliviarme de deseos? ¡Cuántos no
me precedieron ya en ese viaje último! Y, sin embargo, a él es al
único que amargamente lloro. ¡Con qué afectuosidad no habría salido a
recibirte en otro tiempo! Ahora he echado sobre nosotros el peso de la
cas; cierto que aún no designara sucesor, pero en espíritu vive ya
separado de nosotros…
… Solo un breve
rato viene cada día a vernos, cuenta y muéstrase más conmovido que
nunca; oímos en tales momentos de sus propios labios qué singularmente
fuelo conduciendo siempre la Providencia; y retenemos cuidadosamente
en la memoria sus palabras para que sus fehacientes testimonios no se
pierdan y lleguen hasta con sus más nimios pormenores a noticia de la
posteridad; y hasta hacemos que uno de nosotros lo ponga todo por
escrito con el mayor esmero, para que su recuerdo se conserve puro y
veraz…
… Cierto que
preferiría contar yo mismo muchas cosas, en vez de estarme calladito
escuchando; y no olvidara a bien seguro el más nimio detalle, que aún
lo conservo todo vivamente grabado en mi memoria; escucho y a duras
penas puedo contenerme para no dejar traslucir que no siempre quedo
satisfecho con aquello que oigo; y si algún día llego a hablar de esas
cosas, seguro que en mis labios sonarán con más bella música…
… A fuer de
tercero contaría, más amplia y libremente, cómo un genio hubo de
arrebatárselo tempranamente a su madre y cómo un lucero brillara
espléndido en el cielo la tarde el día de su bautizo en solemne
festivo augurio, en tanto un halcón, abatiendo sus anchas alas, vino a
posarse en el corral en medio de las palomas; no en son de guerra ni
para hacer daño, como otras veces, sino como invitándolas, mansamente,
a hacer las paces…
… Hanos callado
además, por modestia, cómo una vez matara a una serpiente que
habíasele enroscado al brazo a su dormida hermana, teniéndola ya
fuertemente sujeta. Salió huyendo la nodriza y soltó a la nena, y el
hermanito, en cambio, sofocó el áspid con mano segura; cuál no sería
la alegría de la madre al llegar y encontrarse con aquella proeza del
hijo y con la hija ilesa…
… Así mismo ha
pasado por alto cómo al contacto de su espada hizo una vez brotar agua
de una peña, agua que corrió copiosa cual un río a despeñarse con
crespas ondas montaña abajo hasta la hondura, y que aún sigue manando
tan rauda y argentina como cuando surtió por ver primera, a su
conjunto, de suerte que sus compañeros, testigos del prodigio, apenas
si osaban calmar su ardiente sed en ella. Cuando a Natura place
sublimar a un mortal, no es maravilla que muchas cosas logre; debemos
alabar en él el poder del Creador, que a tales hombres levanta al
frágil barro; mas cuando un hombre resiste a la más dura de todas las
pruebas de esta vida, y a sí mismo se vence, entonces bien podemos
mostrárselo con alboroto a los demás y decirles: “Ahí lo tenéis; es
él, es él de veras”…
… Pues toda
fuerza tiende hacia delante, hacia los amplios espacios, ganosa de
vivir y actuar acá y allá, en tanto la corriente de la vida nos encoge
y cohibe por doquiera, llevándonos consigo; y en esta íntima pugna y
este exterior conflicto, percibe el espíritu una voz difícil de
entender. De ese poder que a todos los seres avasalla, emancípase el
hombre que a sí mismo se vence…
… Cuán temprano
hubo de enseñarle su corazón lo que yo en él apenas si me atrevo a
llamar virtud. Aquello de acatar respetuosamente la severa palabra del
padre y estar siempre pronto y dispuesto, cuando aquel áspero y rudo
grababa con servidumbre el tiempo libre de su mocedad, a someterse a
ella de chico huérfano y extraviado lo habría hecho por pura necesidad
a cambio de un pequeño obsequio…
… Debía
acompañar a los luchadores a la liza, primero a pie en medio del
temporal o la calina; atender a los caballos y preparar la mesa y
servir en ella uno por uno a aquellos veteranos. Solícito y diligente
corría en todo tiempo, de día y de noche, portando mensajes a través
de los setos; y de ese modo habituado a vivir únicamente para los
demás, diríase que el trabajo servíale tan solo de placer…
… Cómo en medio
de la lucha bajábase a coger del suelo con alegre osadía las flechas
que allí caían desperdigadas, así como también con no menor premura
espigaba él mismo las hierbas con que curaba luego a los heridos:
herida que él tocaba, sanaba muy presto, y el llagado gozábase en el
contacto de sus manos; ¡a quién no le habría alegrado su sola
presencia! Solo su padre parecía no reparar en él gran cosa…
… Ligero cual
barca velera que no siente el peso de su carga, y rauda va de puerto
en puerto, llevaba él la carga de las paternales lecciones; alfa y
omega de sus actos era la obediencia; y así como el chico guíale el
gusto y al adolescente el honor, a él solo le guiaba la voluntad
ajena. En vano se devanaba los sesos su padre inventando nuevas
pruebas a que someterlo, que cuando quería regañar, veíase obligado a
aplaudir…
… Hasta que al
fin también él hubo de darse por vencido y tuvo que reconocer el valor
de su hijo; borróse aquella espereza del anciano, y de pronto, una vez
hízole presente de un bridón magnífico; quedó exento el muchacho de
servicios menudos, y en vez de corto puñal, ciñóse al costado una
espada; y así, después de bien probado, ingresó en una orden en la que
por fuero de nacimiento tenía derecho a ser admitido desde el primer
instante…
A este tenor
podría estarme contándote días y días cosas que asombran a todo el que
las oye; que de fijo nuestros nietos han de poner su vida en lo futuro
al lado de las más preciadas historias; aquello que en fábulas y
poemas se nos antoja inverosímil, y, sin embargo, nos deleita, campea
en la historia de su vida, y quien lo oye, gustoso aviénese en buen
hora a aceptarlo por verídico…
… ¿Quieres saber
ahora cómo se llama el elegido predestinado por la mirada de la
Providencia, aquel a quien yo, con tener siempre su elogio en los
labios, nunca acabo de encarecer bastante? Pues Humano se llama ese
santo, ese sabio, el mejor de cuantos mortales haya yo conocido. Y su
linaje principesco debes de conocerlo por sus antepasados”.
Así habló el
anciano, y aún habría dicho más, que tenía henchido el ánimo de cosas
de prodigio, y todavía tendremos motivo de deleite para muchas semanas
escuchando todo lo que aún le queda por contarnos; pero precisamente
hubo de cortar su plática cuando más copioso fluía de su corazón el
raudal de las palabras en dirección al huésped. Que no tardaron en
llegar los demás hermanos, hasta que al fin, con su ir y venir,
acabaron por cerrarle la boca.
Luego de hecha
colación inclinóse el hermano Marcos hacia el anfitrión y sus
compañeros de mesa y pidioles una copa de agua clara, que en el acto
le fue servida. Condujéronle luego al gran salón, en el que se le
ofreció a la vista algo singular. No debe quedar oculto lo que viera
allí, y os lo voy a describir sin omitir detalle.
No había allí
adorno alguno que deslumbrara los ojos; subía hacia el cielo un osado
crucero, y arrimados a las paredes veíanse trece sitiales, dispuestos
en círculo como en el piadoso coro, tallados todos ellos con gran
primor por manos hábiles; delante de cada uno de ellos alzábase un
pupitre. Sentíanse allí brotar la devoción y la paz del vivir y el
vivir sodalicio.
Sobre los
respaldos de los trece asientos colgaban sendos escudos, uno para cada
sitial. No parecían allí tales blasones campear con orgulloso
abolengo, sino que todos ellos parecían significativos y
deliberadamente compuestos, y el hermano Marcos ardía en deseos de
saber lo que tantos emblemas celasen; en medio de todos ellos
mostrósele por segunda vez aquel signo de marras, una cruz con ramo de
rosas.
Podría imaginar
allí el alma diversidad de cosas, que un objeto tiraba del otro; y por
encima de más de un blasón colgaban yelmos y también acá y acullá
veíanse espadas y picas; armas cual las que pudieran recogerse en un
campo de batalla servían de ornato a aquel lugar, en donde había
también banderas y armas de países exóticos, y si la vista no me
engaña, también cadenas y dogales.
Postráronse
todos los hinojos ante sus sendos sitiales, y aporreáronse los pechos
sumidos en quedas plegarias; brotaban de sus labios breves
jaculatorias, de esas que respiran una piadosa alegría; bendijéronse
luego unos a otros aquellos hermanos, fielmente unidos, despidiéndose
para ir a entregarse a un breve sueño, no turbado por la fantasía.
Solo Marcos, con algunos de ellos, quedóse allí en el salón, mirando.
Por más que esté
cansado, quiere seguir aún en vela, que algunos de aquellos símbolos
atráenlo con fuerza soberana; muéstrasele aquí un dragón llameante que
apacigua su sed en bárbara hoguera; más allá, un brazo metido en las
fauces de un osos, y del que en caliente chorro brota la sangre;
cuelgan del muro ambos emblemas, a igual distancia de la cruz florida,
su diestra el uno, el otro a su siniestra.
“Por raros
senderos viniste a este lugar –dícele el anciano afectuosamente-. Deja
que esos blasones te inviten a quedarte hasta que llegues a saber las
gestas de múltiples héroes; no es posible adivinar lo que en ellos e
cela, así que se te explicará confidencialmente; aunque ya barruntas,
es claro, cuánto padeció aquí más de uno, cuánto perdió y qué luchas
sostuvo…
… Pero no creas
que solo de pretéritas épocas hablará aquel anciano, que aquí también
pasaron muchas cosas; lo que estás viendo significará más aún, ya lo
oculte un tapiz, ya una campiña. Si tal te place, puedes apercibirte;
pero has entrado, ¡oh, amigo!, por la primera puerta; en el zaguán
fuiste afablemente acogido; ahora ya me pareces digno de pasar
dentro”.
Tras breve sueño
en apacible celda, despierta a nuestro amigo quedo tañido de campanas.
Salta del lecho con alegra premura, y el hijo del cielo obedece a la
llamada de la devoción. Vístese a toda prisa y corre a los umbrales, y
aún más aprisa que sus pies corre su corazón hacia el templo, dócil,
tranquilo, que la oración le presta alas; empuja la puerta y hállala
cerrada con cerrojo.
Y en tanto
escucha, suenan a tiempos iguales tres golpes en le hueco bronce; tres
golpes, no de reloj ni de badajo, a los que de cuando en cuando
mézclase un tañido de flauta; aquel son, raro y difícil de
interpretar, vibra de un modo que alegra el corazón, gravemente
invitatorio, cual es música que, acompañada de cánticos, llena las
naves del templo cuando dos que se aman únense en desposorio.
Corre ligero a
la ventana con la esperanza de descubrir acaso allí lo que lo inquieta
y maravilla; ve clarear el día en el lejano Oriente, y el horizonte
nublado por livianos vapores. Y…, pero ¿habrá de dar crédito a sus
ojos? Una luz extraña que por el jardín se difunde; tres adolescentes
con antorchas en las manos divisa, que presurosos corren por los
senderuelos.
Ve con toda
precisión sus blancas vestimentas, que airosas se les ciñen al cuerpo,
y distingue también con toda claridad sus rizadas cabezas, coronadas
de flores, así como sus cíngulos, florecidos de rosas; diríase que
vuelven de nocturna zambra, frescos y descansados de festivos
trajines. Corren allá, apagan sus antorchas como luceros y
desvanécense en la lejanía…
Selección de: Museo Virtual de la
Masonería (MVM).
Fuente:
J. Pletsch: G. als Freimaurer, Leipzig,
1880; y R. Guy, Goethe franc-maçon, París, 1974. Se ha
seguido la traducción castellana de Colección Grandes Clásicos, Johann
W. J. W. Goethe, Obras Completas, tomo I, México, D.F., 1991, pp.
1149-1163.
|